En tiempos donde la adoración congregacional enfrenta constantes desafíos, tanto culturales como teológicos, surge un tema fundamental para la vida de la iglesia: la inclusión de los niños en el culto. En la tradición reformada, la adoración no es simplemente un acto individual, sino una experiencia comunitaria donde toda la iglesia –de todas las edades– se reúne como el pueblo del pacto de Dios. Sin embargo, una experiencia reciente que viví con mi familia puso en evidencia cómo algunas iglesias han adoptado políticas rígidas que pueden alejarse de esta comprensión bíblica e histórica.
Recientemente, mi familia y yo visitamos una iglesia Bautista reformada que considerábamos una congregación saludable. Al llegar, los diáconos, al notar que éramos nuevos, nos acomodaron en una fila vacía. Poco después, nos pidieron que dejáramos a nuestra hija de cuatro años en una sala aparte destinada para niños. Como padres, consideramos que es importante que ella participe en la adoración con nosotros, así que amablemente declinamos la sugerencia. La respuesta que recibimos fue una imposición sorprendentemente rígida: se nos informó que si no accedíamos a dejar a nuestra hija, no podríamos permanecer en el servicio.
Este tipo de imposición afectó profundamente a nuestra familia, y especialmente a nuestra hija, quien interpretó el acto como una exclusión personal, e incluso concluyó que el pastor era “malo” por no permitirle adorar. Esto nos mostró el impacto que puede tener en los niños la prohibición de participar en el culto. Intenté dialogar con los pastores, pero ellos reafirmaron su política y nos vimos obligados a retirarnos.
Finalmente, asistimos a otra iglesia cercana, donde fuimos recibidos con apertura y nos permitieron adorar juntos como familia, allí fuimos edificados y consolados en un ambiente de gracia y bienvenida.
La Adoración Familiar en las Escrituras
La tradición reformada ha sostenido, en base a las Escrituras, que los niños son parte integral del pueblo de Dios y, por lo tanto, deben participar en la adoración comunitaria. En el Antiguo Testamento, en Deuteronomio 31:12-13, Moisés instruye al pueblo a reunir a hombres, mujeres y niños, para escuchar la ley y aprender a temer a Dios. Este mandato muestra que los niños, junto con el resto de la comunidad, deben recibir las enseñanzas de Dios en la asamblea.
En Esdras 10:1 y Nehemías 12:43, el pueblo de Israel incluye a los niños en momentos de adoración y arrepentimiento, reflejando la comprensión de que toda la comunidad del pacto, incluyendo a los niños, participa en el culto.
Esta tradición del pacto en la adoración ha sido un pilar en la doctrina reformada, una doctrina que debe guiar nuestra comprensión del lugar de los niños en la iglesia.
La Teología del Pacto y los Niños en la Iglesia
En el Nuevo Testamento, vemos cómo Jesús acogió a los niños en su ministerio. En Mateo 19:14, Jesús les dice a sus discípulos: “Dejad que los niños vengan a mí,” indicando claramente que los niños tienen un lugar en la comunidad de fe. Para la iglesia reformada, este mandato implica que los niños deben ser recibidos en la adoración y tratados como miembros plenos del pacto, aunque aún no hayan llegado a una comprensión madura de la fe.
La teología del pacto enseña que los hijos de creyentes forman parte de la comunidad del pacto de Dios y, por tanto, tienen derecho a participar en los medios de gracia, en la enseñanza de la Palabra y en la adoración comunitaria. La exclusión de los niños en el culto va en contra de este principio bíblico y de la tradición reformada, que entiende a la iglesia como una comunidad unificada, compuesta por creyentes de todas las edades.
La Necesidad de Creencias y Confesiones Claras
Según Carl R. Trueman en The Creedal Imperative, las confesiones y credos ofrecen un marco esencial para evitar que las prácticas eclesiásticas sean impuestas arbitrariamente o caigan en el legalismo. Trueman argumenta que las confesiones sirven como guías públicas, transparentes y sujetas al escrutinio bíblico, en lugar de ser simplemente tradiciones improvisadas que no tienen en cuenta la libertad en Cristo. Esto resalta la importancia de que las políticas de la iglesia respeten las convicciones individuales de cada familia en temas no esenciales. Una iglesia saludable debe estar comprometida a que sus prácticas no solo sean bíblicas, sino que también respeten la conciencia de sus miembros en cuanto a cómo educan a sus hijos en la fe (The Creedal Imperative …).
Reforma del Púlpito y la Función del Pastor
En Embajadores de Dios, Chad Van Dixhoorn describe cómo la Asamblea de Westminster reformó el púlpito y estableció principios para los pastores, destacando la importancia de guiar a la congregación con humildad y de evitar el autoritarismo. Según Van Dixhoorn, la asamblea buscó asegurar que las prácticas en la iglesia fuesen ejercidas con respeto a la conciencia individual y a la libertad cristiana, en lugar de imponer controles rígidos. (Embajadores de Dios : C…).
En mi experiencia, una política que obliga a los padres a separarse de sus hijos para participar en el culto parece desafiar estos principios de humildad y servicio pastoral, sugiriendo una estructura de control que recuerda las prácticas de las sectas, más que de una comunidad de fe bíblica y abierta
La Gracia y la Libertad en Cristo
demás de la teología del pacto, otro principio reformado clave es la libertad cristiana. La confesión reformada enseña que, en temas de orden eclesiástico que no son esenciales para la salvación, los cristianos deben tener libertad de conciencia. En Romanos 14, el apóstol Pablo exhorta a la iglesia a no imponer cargas innecesarias sobre los creyentes y a respetar las convicciones de cada uno en temas que no son fundamentales.
La decisión de una familia de adorar junto a sus hijos es una cuestión de conciencia, y los líderes de la iglesia deben tener cuidado de no imponer reglas rígidas que coarten esta libertad. En este caso, la política de la iglesia a la que asistimos no solo desconsideró nuestra convicción, sino que nos excluyó activamente del servicio de adoración. La actitud de control y rigidez en cuestiones no esenciales puede acercar peligrosamente a las iglesias a actitudes sectarias, en lugar de reflejar el amor y la libertad en Cristo.
En The Whole Christ, Sinclair Ferguson explora el equilibrio entre el legalismo y el antinomianismo, resaltando que ambos errores surgen cuando no comprendemos la gracia y la bondad de Dios. Ferguson argumenta que una verdadera libertad en Cristo no debería imponer cargas innecesarias sobre los creyentes. La exclusión de los niños de la adoración en nombre del orden o la estructura puede parecer un enfoque rígido que roza el legalismo, un enfoque que no refleja la gracia y la libertad que Cristo ofrece a Su pueblo. Ferguson destaca que en lugar de reglas inflexibles, la iglesia debe estar centrada en la libertad que emana del evangelio, acogiendo a todos los miembros del pacto, incluidos los más jóvenes (The Whole Christ Legali…).
Reflexión Final: Hacia una Iglesia que Respete la Libertad en Cristo
La experiencia que vivimos subraya la importancia de que los líderes de la iglesia adopten un enfoque pastoral en la aplicación de sus políticas. La adoración congregacional debe ser un momento de comunión y crecimiento en libertad en Cristo, donde cada creyente –incluidos los niños– se sienta bienvenido. La rigidez en temas de orden, especialmente cuando afecta la participación de los niños, puede alienar a las familias y distorsionar el propósito de la iglesia como comunidad de fe.
Una iglesia saludable no solo se distingue por su doctrina, sino también por su disposición a honrar la libertad cristiana y a acoger a toda la familia de Dios en la adoración. Como pastores y líderes, es vital recordar que nuestra labor es guiar con amor, humildad y respeto, reflejando la acogida de Jesús hacia todos, especialmente hacia los más pequeños en la fe.
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